El COVID-19 como acelerador de la transformación digital: el virus que logró lo que nadie había podido

El COVID-19 como acelerador de la transformación digital:  el virus que logró lo que nadie había podido

 

Centroamérica y Panamá se han  caracterizado por ser regiones particularmente reacias al uso de tecnologías de información. Diversos factores lo hacían difícil ya desde los años noventa: el alto costo del hardware (recuerdo los tiempos en que tener una portátil era “cosa de ricos”), la dificultad técnica en el uso de ese hardware (antes de Windows ahí estaba MS-DOS disponible para cualquiera capaz de aprender listas interminables de comandos) o la imposibilidad de conseguir un enlace a Internet.

Muchos vivimos el momento en que se comenzaron a extender las conexiones mediante el uso de módems para conexiones dial-up (por línea conmutada de Internet, sí ¿recuerdan?  aquello que sonaba así). Posteriormente vinieron las conexiones de par de cobre, las coaxiales, la fibra óptica y finalmente el salto que se necesitaba: los teléfonos móviles inteligentes y la conectividad móvil; y con ello mejores computadoras, tablets, dispositivos smart-tv; además del acceso popularizado a Internet, las redes WiFi, etc.

Sin embargo, el camino recorrido dejó secuelas y malas experiencias  y un poco de desconfianza sobre el tema de calidad, fiabilidad, seguridad  de las tecnologías y muchos se quedaron con esa mala impresión que habría sido muy difícil revertir de manera generalizada para todas las generaciones; de ahí que siento que desde hace rato, pudiendo realizar actividades online particulares y empresariales aún se le daba cierta prioridad a lo presencial.

Y todo cambió con el #COVID19

Una de las primeras cuarentenas domiciliares (a todo efecto, toques de queda) la decretó Nayib Bukele el 11 de marzo en El Salvador; posteriormente se hizo más estricta y se extendió por algunos más días. Ya desde el 6 de marzo Costa Rica tenía su primer caso confirmado de COVID-19, la cuarentena obligatoria como tal nunca llegó (en Costa Rica no existe la figura del toque de queda), pero desde inicios de abril los controles sobre la circulación se endurecieron, además, se exigieron controles más estrictos sobre la ocupación de locales comerciales (a solo un 50% de su capacidad). Y, salvo el extraño caso de Nicaragua, todo el resto de países de la región fueron poco a poco estableciendo controles, unos más estrictos, otros menos. Panamá, por ejemplo, con sus casi 5000 contagios y 144 fallecimientos por coronavirus, al momento de escribir este blog,  tomó medidas estrictas de confinamiento: personas que se pueden movilizar solo durante dos horas a la semana, en función de su número de cédula y sexo, por ejemplo. Guatemala restringiendo el desplazamiento entre sus veintidós departamentos y así el resto de países.

Entonces, todo cambió, un día de repente y sin mucho aviso, nos vimos en casa, con nuestra libertad limitada pero nuestras necesidades de comunicación, de trabajo de socialización igual de vigentes. Y no teníamos alternativa.

Claro está que no podemos dejar de lado en primer lugar la brecha digital (la distribución desigual en el acceso y uso de las tecnologías) y en segundo la naturaleza del trabajo: la construcción, por ejemplo, poco puede avanzar desde casa. Pero dejando esto de lado, que no es poco, se comenzaba a ver una nueva ola: ya la tecnología no era una alternativa, era casi la única vía (o al menos, la única segura). Las clases presenciales debieron ser reemplazadas por las virtuales, de un día para otro todos estaban ‘aprendiendo’ a usar Zoom, Meet, Teams, o lo que fuera. Muchos con sus computadoras (ya bastante más accesibles) y otros con sus teléfonos inteligentes (aún más accesibles, gracias a las múltiples gamas de las que se habló antes). Y no solo las en el ámbito académico: las reuniones con clientes, proveedores o colegas de trabajo también, indistintamente a quién fuera o que rango ostentase.

El incipiente mercado electrónico de repente despertó y mejoró, pero el hecho de no tener un ‘Amazon’ (o equivalente) centroamericano; seguirá obligando al consumidor a salir de sus casas para hacer compras de primera necesidad.

En todo caso el Covid-19 nos sacudió. Presenciamos la migración de muchos comercios, obligados por la necesidad de dirigir sus ventas (usualmente presenciales) a canales de venta online. Los restaurantes comenzaron a ofrecer más opciones para la recepción de pedidos, ya no solo por llamada, sino por WhatsApp, hubo un alto incremento en el área de las entregas a domicilio (informales, Glovo, Rappi, Uber Eats, etc.) bastante visible, sobre todo en las calles, cada vez más llenas de motociclistas o ciclistas ‘exprés’.

Lo interesante es que, desde hace rato sectores como el bancario vienen realizando campañas para no hacer los trámites en oficinas sino a través de transacciones electrónicas por los canales autorizados. Salta la pregunta ¿qué  tan imprescindible era la presencia física en una agencia? Bueno, ahora vemos que no mucho. No obstante se abren nuevos desafíos, ahora sí prestarán  atención real a los datos recibidos de formularios en línea, mensajes de WhatsApp y correos electrónicos. Después de todo, una oficina vacía es en este momento la meta de cualquier oficina bancaria.

Por su parte los Gobiernos tampoco se quisieron quedar atrás. A regañadientes (unos más que otros, claro) cada uno de los ministerios y entes hizo lo que pudo: ‘de repente’ nos instaban a contactarles por medios digitales, el ‘debe venir a nuestras oficinas’ pasó a segundo plano: pero tenemos centrales telefónicas (colapsadas quizá, pero tenemos…), portales en línea, correos electrónicos, números de WhatsApp oficiales, etc. Dónde la burocracia de otrora habría dicho ‘debe planearse, estructurarse’ o simplemente ‘es imposible’ la urgencia al ahora dijo ‘debe hacerse’ ‘encontremos la forma’.

De nuevo el COVID-19 aceleró un pendiente en nuestros países: la transformación digital.

Nuevos desafíos

Frente al tema del trabajo, tema de sobra conocido y ahora obligatorio, nos comenzamos a enterar que, quizá, nuestra conexión a Internet en casa no era lo suficientemente rápida (algún indicio ya teníamos cuando al conectar un par de teléfonos al WiFi por acá, una computadora por allá y un SmartTV todo comenzaba a tambalearse) o si lo era, quizá no tanto nuestro router WiFi. Porque sí, contactar un enlace de fibra óptica de 100MB sin disponer de un buen dispositivo de red (o cables de red por toda la casa) tendría el mismo sentido que comprar un televisor 4K para ver emisiones análogas de televisión abierta: ninguno. Ahora notábamos con mayor claridad como nuestros teléfonos no eran tan rápidos o la señal tan bueno como necesitamos.

Pero esto aplica a las empresas también, que otrora habían invertido muchísimo en infraestructura física se dan cuenta que descuidaron la infraestructura técnica sobre la que deberían habitar soluciones tecnológicas. La mayoría de los administradores de sistemas comprendían lo que estaba pasando, comenzaron a ver cómo se duplicaba el tráfico hacía sus servidores, pero no tenían forma rápida de responder a ello; los recursos escaseaban e invertir en más y mejores servicios virtualizados en la nube no era posible. Nos comenzamos a ‘acostumbrar’ a encontrar sitios importantes de gobierno con problemas de velocidad al momento de acceder o simplemente parecían ‘caídos’. Inclusive algunos proveedores de servicios de Internet, que comúnmente revenden la capacidad real de acceso entre sus suscriptores, comenzaron a solicitar hacer un uso mesurado de redes fijas de Internet. Todo lo anterior porque básicamente no estábamos preparados, o no tan preparados como pensábamos estarlo. Y es que bueno, claro, una cosa es que con tecnología se pueda hacer y una muy diferente que la tecnología esté al alcance de las personas, y que estas personas sepan hacer uso de dichas herramientas.

A pesar de todo lo anterior, tanto lo bueno como lo malo, la necesidad vino a marcar un precedente: ‘se puede’. Sí, hay mucho por mejorar y el camino no será sencillo, pero es posible. Y saber qué se puede es el primer paso para ir dejando atrás aquella vieja desconfianza que ganamos en los albores del Internet y sus grandes promesas no siempre cumplidas. Nuevas herramientas están acá y no son el fin sino el medio, la curva de aprendizaje será cada vez menor en el tanto la educación siga dando su lugar a una educación técnica competente (saber usar una computadora es mucho más que saber abrir una cuenta de Facebook, por ejemplo) y estoy casi seguro que llegará el día en el que cada familia tenga en su casa al menos una computadora (como ahora se tiene un televisor) y acceso a Internet veloz a precio razonable (como ahora se tiene acceso a servicio de energía eléctrica o agua).

Quizá después de todo esta broma nos haga tanta gracia por algo, porque sabemos que es verdad:

Rolando Quirós R. Director de Tecnología de UNIMER Centroamérica